03 Abr Oracion del 6 de abril
¿Quién no ha caminado con desánimo por los caminos de Emaús, en algún rato de oración? De todas las palabras que dijo el desconocido, hay una que permanece en la mente de los viajeros: “Gloria”. “¿No tenía el Mesías que padecer eso para entrar en su gloria?”. El desconocido veía que las mentes y los corazones de los viajeros estaban ocupados por las imágenes de muerte y destrucción. ¡Cuánto dolor en el cuerpo, en el rostro, en el alma del Maestro! Y, de pronto, suena la palabra “Gloria” que no parecía encajar con todo lo ocurrido y que, sin embargo, pronunciada por el desconocido, hizo arder sus corazones y les permitió contemplar lo que hasta entonces no habían sido capaces de percibir.
Era como si únicamente hubieran visto el abono que cubre la tierra, pero no los frutos en los árboles que habían brotado de ella. Gloria, luz, esplendor, belleza, verdad… ¡qué irreal e inalcanzable parecía todo eso….! Pero ahora había nuevos sonidos en el aire y nuevos colores en los campos.
Ir a casa se había convertido en algo bueno. El hogar nos llama. El hogar es donde está la mesa alrededor de la cual nos sentamos para comer y beber con los que amamos. ¿No es la Eucaristía esa mesa de comunión, de vida, donde nos sentamos en profunda unión con el Amor Primero, con todos los que amamos, con todos nuestros hermanos, en la comunión de los santos? ¿No es esta Eucaristía, memorial de la Pasión, Muerte y Resurrección, donde todas las cosas se hacen nuevas en el Amor?
¡Verdaderamente, ha resucitado mi Amor y mi Esperanza!
(Texto adaptado de Henri J. M. Nouwen, Con el corazón en ascuas. Meditación sobre la vida eucarística. ST Breve. Santander, 1996. Pp. 58-59)
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