01 Ene Contemplación de Navidad
Oración del miércoles 3 de enero
Me paro, respiro, sueño más y pienso menos.
Imagino la escena que celebro estos días, mi mente se aparta de fiestas, comidas y regalos. Me centro. Voy a lo esencial, buceo en el interior. Todo es secundario. Camino hacia el misterio.
Contemplo. Entro en el misterio. Me imagino la escena del portal de Belén. Otro tiempo, otra ciudad. Intento sentir el frío del viento, la humedad del invierno. Veo la preocupación de María y la desesperación de José. Presto atención. Cada detalle, cada rostro, cada diálogo. Me sitúo ante la escena, dispuesto a ayudar. En silencio, acompañando desde mi sencillez.
Sigo contemplando. Otra vez José, María, Jesús, pastores, magos… Me fijo y miro… la esperanza y la alegría que traspasa la escena, en la noche dónde el misterio del Hombre y el misterio de Dios se unen en amor infinito. Quizás la preocupación y la desesperación se tornan alegría y ternura ante un futuro incierto que huele a Salvación…
Miro mi vida y me surgen miles de preguntas: ¿Qué me quiere decir Dios aquí? ¿Qué reflejo queda en mi vida de esta escena? ¿Qué celebro estos días? ¿Qué puedo hacer por ese Niño…?
¿Qué verían los pastores? ¿Y esos Magos venidos de Oriente? El Evangelio no pone micrófono a todos los diálogos, tampoco mete una cámara en cada habitación. Seguramente no fue un niño del que salían rayos de luz por todas partes. No.
Lo que los pobres vieron en medio del total abandono, era un amor que no pasaba de largo, sino que se detenía para acoger sus vidas y que solo podía venir de Dios.
Los que buscaban el significado de un signo, un nuevo lugar desde el que cuestionarse y leer la realidad. Todos encontraron a Jesús.
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